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La danza mágica y armoniosa del pretérito y copretérito en la narrativa

Al adentrarse en la intrincada y exuberante selva del lenguaje español, uno se encuentra con dos coloridas aves que surcan el firmamento de la narrativa: el pretérito y copretérito. Estos dos tiempos verbales han entrelazado sus alas en el pasado, transportando al lector a través de universos hasta ahora desconocidos. En este artículo, nos embarcaremos en un viaje al corazón de estas dos formas del verbo en español, desentrañando sus secretos y maravillas.

El pretérito: un encuentro efímero en el confín del ayer

El pretérito es esa figura fugaz que aparece a lo lejos en el horizonte, dejando una estela de esplendor efímero en nuestros recuerdos. Su presencia indica que una acción ha concluido, marcándose con lápices de colores sobre el lienzo de nuestra memoria. Verbos conjugados en pretérito, como “veo, vio, corro, corrió, saludo, saludó”, son aquellos que han alcanzado su destino, dejándonos una impresión clara y nítida de su paso por nuestras vidas.

Imagine, si no, aquella tarde en que Aureliano Buendía, sumido en la más insondable tristeza, cerró las puertas de Macondo al mundo exterior. En ese preciso instante, aquel verbo en pretérito encarnó la acción definitiva, culminante e irreparable, que sumió a la población en la oscuridad del olvido.

El copretérito: una melodía perpetua, volátil como el viento

El copretérito, por otro lado, es aquel trovador errante que canta las hazañas de antaño, sin un principio ni un final claro. Sus canciones, llenas de verbos conjugados en -aba o -ía, como “veía, corría, saludaba”, nos envuelven en un aura de nostalgia y melancolía, permitiéndonos contemplar paisajes de épocas remotas a través de los cristales empañados del tiempo.

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Es imposible no evocar aquella historia de amor perpetuo en la que Florentino Ariza, en la plenitud de su juventud, esperaba los mensajes de su amada Fermina Daza. En ese copretérito, el verbo aguardar encuentra su razón de ser, una paciencia interminable, tan duradera como el curso del río Magdalena.

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Ejemplos vividos del pasado en pretérito y copretérito

Ah, cómo olvidar aquellos días en que mis compañeros de colegio y yo jugábamos al fútbol en la cancha polvorienta (copretérito), mientras nuestras madres reían despreocupadas a la sombra de los árboles (copretérito), hasta que un día, el balón desgarrado rodó hasta perderse entre la maleza (pretérito), y así, se desvaneció una etapa de nuestra infancia.

La dualidad del pretérito y copretérito: dos danzantes en la pista del relato

El verdadero arte de la narrativa se encuentra en la interacción armónica y simultánea del pretérito y copretérito. Cuando se conjugan estos dos tiempos verbales, es como ver a dos bailarines moverse con gracia y destreza en una pieza musical, sincronizando perfectamente sus pasos y compases. El pretérito nos marca la cadencia de los eventos, mientras que el copretérito va tejiendo las atmósferas en las que estos transcurren.

Un ejemplo de esta danza en palabras 

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo (pretérito). Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos (copretérito).”

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Así, el pretérito y copretérito nos transportan a través de las páginas de la literatura, elevándonos en un vuelo majestuoso hacia el reino del recuerdo y la imaginación. En ellos reposa la magia del pasado, la esencia misma del arte de contar historias, que, al fin y al cabo, es el arte de vivir.

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